El caldo de Silvana, la promesa que se convirtió en tradición

·“Le dije a mi madre que si salía todo bien en la operación de corazón en Madrid que tuve que  realizarme, le iba a buscar la Rama para entregarla a la Virgen de las Nieves”, y que “si nos llevaba un caldito para cuando llegásemos de Tamadaba”. Silvana no dudó, “sí, mi niño, ¿por qué no?”

Villa de Agaete, 3 de agosto.- Garbanzos, costillas de vaca, pollo, pimiento verde, hierbabuena, azafrán… y el secreto del cocinero/a. El caldo de Silvana hace años que pasó a ser más que eso, convirtiéndose no solo en el mejor reconstituyente tras los 9 kilómetros de montaña que separan Tamadaba del pueblo de Agaete, sino en todo un símbolo de las fiestas.

“Le dije a mi madre que, si salía todo bien en la operación de corazón en Madrid que tuve que realizarme, le iba a buscar la Rama para entregarla a la Virgen de las Nieves”, y para llegar con fuerzas “le propuse si nos llevaba un caldito para cuando llegásemos de Tamadaba”. Silvana no dudó, “sí, mi niño, ¿por qué no?”, y desde entonces y desde hace ya más de 32 años el caldo de Silvana no falla.

Así lo narra Pepe Bolaños, aquel joven que superó una arriesgada operación y que a pesar de que ya han pasado varias décadas de salud no olvida aquella promesa entre su madre, Nuestra Señora de las Nieves y él. Hoy esa promesa es una de las tradiciones más entrañables y emotivas de las fiestas y aunque su madre, Silvana, ya no está, sí su memoria, su legado y todo el amor y cariño de su pueblo. El caldo de Silvana se mantiene vivo gracias a sus hijas, Carmen y Paqui, que al igual que Pepe viven estos días de fiesta “con mucha emoción y mucho sentimiento” porque “al llegar esta fecha tan señalada y no estar ella entre nosotros/as” la falta se hace más dura, pero Silvana sigue eterna en “el recuerdo que nos dejó en la familia”.

Este caldo sigue una receta clave para reponer las fuerzas de los romeros/as que cumplen con su promesa de ir a buscar la Rama a Tamadaba, con varios kilos de peso que acarrean cumbre abajo para bailar juntos por las calles de Agaete. “Lleva varios días de preparativos, de ir a buscar los ingredientes y horas en la cocina”, señala con devoción a sus hermanas, “cuando llegas de Tamadaba, ese caldito… se te abre el alma”, bromea.

Este año, y ya van “más de 30 y pico”, apunta, “la memoria de Silvana y de otros dos romeros que ya nos han dejado estará más viva que nunca” porque para Agaete es tradición, para el romero/a es un rito y para la familia, el más emotivo homenaje a su madre.

“Antes era un calderito pequeño, porque éramos muy poquitos, pero ya hoy se lleva un caldero enorme”, y sonríe, “hay caldo primero para los romeros/as y luego para para toda la gente que está ahí y a la que se le apetece, porque no se le niega a nadie”.

Cuando las grandes ramas asomen por el camino y la traca avise de su llegada, allí estará el amor de Silvana, de su familia y de todos/as los que mantienen viva esta promesa eterna en Agaete.